Precisamos
promover el descubrimiento de una modernización conservadora que sigue
en polaridad creciente: cuanto más modernos, más destructivo, más
injusto. La burguesía, que se presenta como nacional, opta por la
asociación global subordinada, teniendo por lastre “propio” largas
fronteras económicas a ser abiertas. La acumulación primitiva
permanente, a costa del procesamiento de los territorios tradicionales,
del campesinado, de los biomas, de la destrucción de los servicios y
derechos esenciales, en el Brasil y los países vecinos, compensa de sobra la posición “minoritaria” del capital “autóctono” en su asociación con el capital global. Nuestra burguesía se sumergió en el mercado transnacional, y no hay ningún
tipo de referencia o instancia nacional que pueda estar capacitada como
espacio de agregación de intereses y de diálogo. Los trámites
institucionales internos están en vías de agotamiento; peor, han servido
para criminalizar la resistencia a la implementación de este modelo de
desarrollo pretendidamente único.
El
desafío del que no pueden escapar los movimientos sociales y la
intelectualidad crítica, es impedir que la sociedad brasilera se vuelva
rehén de este impulso vertiginoso de crecimiento, que asocie eventuales
ganancias y beneficios a ese proceso de incorporación territorial y
expansión sub-imperialista.